viernes, 20 de abril de 2012

Círculo vicioso


Mi historia con Lucas responde siempre a un mismo círculo vicioso.

Empieza con un lunes lleno de energía en el que me levanto media hora antes de que suene el despertador. Me peino veinte veces, me maquillo otras tantas y me imagino la cara que pondrá al verme con esta falda. Desayuno nerviosa esperando que dé la hora de aparecer por su oficina e imaginando mas de veinte formas de hacerme la encontradiza.

Llega la hora y con el corazón bajo los oídos cruzo el umbral de la puerta. Y entonces no está. O está tan ocupado que no levanta la mirada de su pantalla cuando le digo buenos días. O está hablando por teléfono, o los planetas se ponen de acuerdo para que cualquier cosa en el mundo reste el protagonismo de mi pobre entrada. Maldita sea mi suerte.

El martes vuelvo a intentarlo, y el miércoles vuelvo a maldecirme a mí misma, a mis ilusiones y a los planetas. El jueves duermo media hora más (que lo tenía bien merecido) y ni siquiera paso por su oficina en todo el día.

Pero llega el viernes, y cinco minutos antes de que acabe la jornada, roza por casualidad mi mano y me dice al oído que pase un buen fin de semana, rematándome con un inocente guiño de sus ojos verdes. Y es ahí donde tengo la estúpida sensación de que todo ha valido la pena por esos segundos. Y vuelvo a pasarme el fin de semana maquinando un nuevo encuentro que no sucede, porque está tan ocupado que no levanta la mirada de su pantalla cuando le digo buenos días, o habla por teléfono, o …


lunes, 16 de abril de 2012

Una mañana más.


Una mañana más, idéntica a la anterior.

Suena el despertador y lo pago al segundo toque. Me levanto y me asomo al balcón. Otra vez está nublado. Otra vez caen pequeñas gotitas. Otra vez es todo gris. Como en una película en blanco y negro, me dirijo a la cocina, y pongo café. Mientras sube me doy una ducha rápida que en un principio creo que va a espabilarme, pero no.

Vuelvo a la cocina y miro el reloj. Hoy tengo tiempo de desayunar un poco más tranquila. Cojo un muffin y desayuno sobre la encimera para asegurarme que tras la ventana el día sigue siendo igual de gris. Unos vaqueros, un jersey de lana y unas botas. Ya no me da tiempo a peinarme, mejor me recojo el pelo.

La gama de grises que me rodea empieza a agobiarme, me ahoga. Plan B, dejo mis botas y saco del armario mis zapatos rojos. Una nota de color que desentona con el mundo.

Hoy me he levantado inconformisma. Empiezo el día de otra manera. Aparecen los marrones, los amarillos ocres y los verdes oscuros.

Buenos días a todo el mundo.


lunes, 9 de abril de 2012

Soy Lucía.


Soy Lucía.
Y es cierto que a veces pierdo los zapatos. Bajo la cama o bajo los armarios (como todas), pero también cuando corro bajo la lluvia, cuando persigo a los pájaros de la plaza o cuando el semáforo va a ponerse en rojo.
Pero cuando más rápido los pierdo es cuando me enamoro. Cuando quiero darme cuenta, ya voy descalza otra vez.

¿A vosotras también os pasa?